Cundinamarca | 18 de marzo de 2024
En conmemoración del Mes de los Derechos de la Mujer, la Agencia de Desarrollo Rural, del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, organizó un mercado campesino para mujeres rurales.
Durante la jornada, se hicieron ventas totales por más de 25 millones de pesos.
En una fría mañana capitalina inicia el primer mercado campesino auspiciado por la Agencia de Desarrollo Rural en 2024. Es un encuentro que tiene lugar desde hace aproximadamente 8 años y que, al igual que una misa de domingo para la comunidad católica, es sagrado para las productoras y productores rurales que encuentran en este espacio un lugar para impulsar la comercialización de sus productos.
La brisa helada que pronostica un día de lluvia no es impedimento para que estas mujeres empiecen a organizar sus carpas, mesas, carteles, artesanías; sus grecas para hacer el café, la olla de los tamales, las empanadas, el queso, las arepas y el chocolate caliente que, sin duda, servirá de aliciente para alegrar la mañana de cualquier curioso.
Es un día especial porque la Agencia de Desarrollo Rural quiso hacer un reconocimiento a 35 mujeres de Cundinamarca, Huila, Santander, Tolima, Boyacá, Chocó y Cesar durante el Mes de los Derechos de las Mujeres. Ellas luchan día a día por alcanzar la igualdad de género, con un empoderamiento y liderazgo que les permite hacerles frente a la pobreza, la violencia y el hambre en sus hogares. Y en circuitos cortos como este mercado, encuentran un espacio de autonomía para comercializar sus productos a precios justos, reconocer el impacto de sus labores en la ciudad y obtener ganancias propias.
Ya es hora de recibir al público, la mayoría funcionarios de la ADR, la Agencia Nacional de Tierras y otras entidades vecinas. Algunas personas se acercan para deleitarse, otras admiran lo que está exhibido y no pocas se deciden a comprar para llevar productos frescos a la mesa de sus hogares.
En un rincón se ve a la señora Marina, de 73 años, una madre viuda de Sasaima (Cundinamarca) que perdió a su esposo siendo muy joven en medio de la violencia desatada por las disputas de la tierra. Ella sobresale entre las demás mujeres por su edad y su trabajo silencioso. Ha vivido toda su vida en el campo y en su rostro se expresa la nobleza y el amor, mientras en sus manos encallecidas se adivina el trabajo recio en la siembra de café, mandarina y plátano, productos que trae al mercado.
En el otro extremo se oyen los gritos de Heidy: “¡Pruebe arrechón del Pacífico, para que no se le vuelva blandito!”. Ella es una hermosa negra del Chocó que prepara una bebida artesanal a base de borojó, canela, clavos de olor, licor de caña de azúcar y otros ingredientes secretos que no revela con nadie, pues forman parte de la tradición oral de su familia y han pasado de generación en generación. Heidy se hace reconocer en el mercado como la negra arrechona y defiende su producto, el cual describe como el mejor viagra natural.
Del Tolima vino Luisa Fernanda, una joven que fue desplazada por la violencia desde Puerto Salgar (Cundinamarca) hace apenas 7 años. Es una de las mujeres firmantes del Acuerdo de Paz que, con satisfacción, promociona cada uno de sus productos y resalta sus factores diferenciales.
Empieza por la malta y describe esta bebida como energía para la paz. Agrega que es producida por campesinos de Icononzo (Tolima), todos ellos firmantes del Acuerdo de Paz. Con su habilidad verbal para ofrecer los productos hechos en paz, explica que cada sorbo representa el apoyo a la reincorporación, los sabores ancestrales y el poder de la esperanza y la reconciliación que con el procesamiento de este producto han alcanzado las familias. También exhibe el Café Galilea, de Dolores (Tolima), un producto cultivado y transformado por hombres y mujeres excombatientes que encontraron en las labores del campo una alternativa al dejar las armas.
Al seguir el recorrido entre olores, colores y sabores se vislumbran, en una canastilla de bejuco, productos a base de cacao que se resisten a pasar desapercibidos, no solo por su novedoso empaque, sino por su historia. El cacao viene desde el occidente de Boyacá, una región que sufrió el flagelo de una guerra verde, primero por las esmeraldas en la década de 1960 y, luego, por la siembra de hoja de coca para usos ilícitos, cultivos que comenzaron a sustituirse hacia el año 2000.
Entre las contingencias de la guerra y la estigmatización, María José y Nicolás, un par de hermanos de Pauna (Boyacá), crearon una marca propia para visibilizar la labor de campesinas y campesinos cacaocultores de la zona. Mientras rescatan las recetas las abuelas, apoyan a comunidades que le apuestan a la paz con productos que ya han cruzado fronteras y se venden en los Estados Unidos.
Un día entero no alcanza para narrar tantas historias de valor, de empoderamiento y orgullo que expresa cada mujer al presentar su propio negocio. En todo caso, detrás de estas historias está el hecho de sentirse reconocidas, autónomas e independientes en una sociedad que limita su participación económica, política y social.
Como resultado de esta jornada que contó con la participación de organizaciones de mujeres rurales, mujeres víctimas, firmantes del acuerdo de paz y organizaciones pertenecientes a la Mesa de Empleabilidad y Emprendimiento Juvenil Rural (MEEJR), se lograron ventas totales por un valor de $ 25.395.200. Vale la pena resaltar, en este contexto, las palabras del presidente de la Agencia de Desarrollo Rural, Luis Alberto Higuera Malaver, quien reconoció la invaluable contribución de las mujeres a la economía del país: “Este encuentro es de alegría, de vivencia, de paz. Es el hecho de sentir que están entrando en una sociedad que siempre las marcó y las segregó: un país de hombres, un país patriarcal, un país de machos. Y, aun así, ustedes siempre estuvieron para tejer, para cuidar, para dar amor y vida. Ese es el resultado de la paz”.